miércoles, 23 de septiembre de 2009

CAMINO PRIMITIVO. DIA 4: SALAS-TINEO

Para combatir un poco la monotonía del caminar, esta etapa me la he propuesto como una cronometrada, es decir, voy a intentar marcarme un reto y luchar contra mí mismo y mi cronómetro para llegar a Tineo en el menor tiempo posible. Mi objetivo es conseguir una velocidad promedio de 5 kilómetros hora y mantenerla de media hasta final de la etapa, marcha militar con paradas de 10 minutos por cada hora de marcha.
Salgo al alba y el marco es precioso: Salas todavía duerme y la niebla sigue engulléndolo todo. Para no perder la tradición, ya desde el primer paso comienza la cuesta arriba y mis piernas se calientan pronto (demasiado pronto), así que a pesar del fresco ambiente empiezo a sudar como un cerdo. Aun así, la estampa merece la pena, estoy subiendo al alto de Porciles por uno de los parajes más preciosos de los que llevo vistos, junto al río y por un frondoso bosque al que la niebla todavía le sigue confiriendo un aire más mágico si cabe. A éstas horas, el único sonido perceptible es el rumor del agua del río que acompaña de momento mi solitario caminar.


Tras alcanzar la carretera nacional y jugarme el tipo con los camiones durante más de un kilómetro sin arcén, por fin alcanzo de nuevo el camino, que sube por un fuerte repecho, cosa ésta última que me anima a hacer una primera parada rápida, repostar y llamar para confirmar el alojamiento de ésta noche. En esas estoy, cuando de entre la niebla aparece un peregrino muy largo (casi 2 metros), joven e imberbe, que pasa a buen ritmo junto a mí y sigue el camino, le saludo, pero supongo que el ruido del tráfico de camiones no le permite escucharme porque me ignora completamente. Tras solucionar el tema del alojamiento continúo mi camino con el depósito lleno. Al poco de coronar el repecho, encuentro al tipo largo (y raro) en lo alto de una roca leyendo, le vuelvo a saludar y ésta vez el tipo me mira de manera inexpresiva fijamente y sin pestañear hasta que abandono su campo de visión. Acaba de pasar de raro a muy raro.

Comienzo la llanura de Bodenaya y mis piernas lo agradecen, pero el sol ya hace un rato que salió y está castigándome de lo lindo. Así que aprovecho el cruce con un lugareño, para descansar y darle algo de conversación. En un momento me cuenta que se dirige al pueblo de al lado (no sé a cual, porque mire hacia dónde mire no veo pueblos, en todo caso algún que otro solitario caserío) a vender el caballo que lleva con él. Está jubilado y me cuenta que este calor en Asturias no es normal, que él un calor así sólo lo había vivido en sus tiempos mozos cuando era camionero y tuvo que ir a Santomera a hacer un enganche en pleno verano. También me indica que me queda aun más distancia de la que creía, así que yo, antes de ponerme a llorar delante de aquel hombre, le doy las gracias por los “ánimos” y me despido amablemente de él.


Otro buen rato de caminata, y empiezo a sentir que no voy sólo, una extraña presencia me acompaña, con un leve giro de cabeza, compruebo por el rabillo del ojo que el tipo largo raro que luego pasó a ser muy raro me va aguantando el ritmo a la zaga, no sé cuanto tiempo lleva ahí, acelero el ritmo al máximo, pero no consigo dejarlo atrás, así que decido ralentizarme y dejar que me rebase, pero tampoco lo hace. ¡Lo que me faltaba! Un puto “psycho killer” de 2 metros de altura, en pleno camino de Santiago, pisándome los talones y sin posibilidad de auxilio. Tengo que hacerle frente, ahora o nunca, yo llevo mi bastón y eso me puede dar algo de ventaja si lo pillo por sorpresa, y digo algo porque, ahora que lo veo de cerca, el tío es realmente enorme. Hay que reaccionar, si sigo así encontrará el momento justo de saltar sobre mí por la espalda y hacerme cachitos. Me armo de valor y pienso en los templarios que defendían a los peregrinos por aquellos lares, yo podría ser uno de ellos, un moderno caballero templario capaz de matar gigantes y salvar al resto de peregrinos de la amenaza. Así que me decido, le voy a hacer frente, me giro para plantarle cara y… con la mejor de mis sonrisas de “acojonamiento” le digo: ¿Vas sólo? (Vamos, que sólo me faltó preguntarle si quería ser mi amigo…). A lo que él contestó: Sorry, I don’t speak spanish. De repente todo cobró su lógica y yo saqué una gran conclusión del camino: se tiene demasiado tiempo para pensar, y eso en una cabeza trastornada como la mía no es bueno.

A partir de ahí “amigos para siempre” y Lucas (natural de Munich) y yo, decidimos hacer el resto de la etapa juntos y practicar nuestro inglés. Como no habla ni papa de español, aprovecho y le voy dando un pequeño cursillo de supervivencia en nuestra lengua, le enseño a dar los buenos días y despedirse de todo aquel con el que nos cruzamos, pedir cosas por favor, y lo más importante (porque en Tineo son las fiestas de San Roque y ésta noche habrá jarana): “Lo siento preciosa, no tengo condones. Pero no importa, tranquila que yo te aviso…”


En esas estamos cuando nos encontramos con mis amigos hippies del día anterior, hacemos un pequeño tramo con ellos y aprovechan para regalarle un bastón a Lucas que le haga más fácil la travesía. Y debió de funcionar, porque el cabrón me lleva con la lengua fuera, con medio metro de pierna más que yo sus zancadas equivalen a tres pasos míos. Gracias a Dios la llanura pronto se convierte en una pequeña montaña rusa de repechos y bajadas, y yo me encuentro en mi terreno. La crono se convierte en crono escalada y encima los dos llevamos un buen pique, porque llevamos sin dirigirnos la palabra media hora, sólo que ahora las continuas subidas le obligan a dar pasos más cortos por lo que nuestras zancadas se equiparan y además el cuenta con el hándicap de su peso, que con el terreno tremendamente enfangado y pesado como está, me permite tomar la delantera y empezar a ser yo el que marque ritmo.

El espíritu de Indurain me posee, el calor está a punto de hacerme desfallecer, pero el recuerdo de la Eurocopa me hace seguir con vida. Voy a hacer morder el polvo a éste alemán como hizo nuestra selección con ellos. Repito mentalmente una y otra vez el gol de Torres, y me aferro con todo a ese recuerdo para seguir con vida, porque seamos sinceros: no puedo con mi alma. Todo empieza a darme vueltas, llevamos dos horas de pique sin dar el brazo a torcer ninguno de los dos (o la pierna mejor dicho), necesito beber agua urgentemente y para ello necesito parar y quitarme la mochila, y justo en ese momento escucho a mi espalda la jadeante voz de Lucas: I need a break!. Toma! Toma! Toma! Lanzo mi mochila al suelo y echo a correr gritando: Gooooooooooooooooooooooooooooooooolllll! Y luego cantando: Campeoooooooooooooones, campeooooooooooones, oe oe oeeeeeeeeeeeeeee!!! Ya me creo en el autobús de la selección camino de Colón, cuando veo la cara de Lucas, mirándome atónito, que me devuelve de pleno a la realidad… ahora el “psycho killer” soy yo. Me hago el loco, actúo como si nada y me bebo hasta la última gota de agua que me queda, ya que estamos tan sólo a un par de kilómetros ya de Tineo.


Como este Camino se a emperrado en torcerse desde un principio, a la entrada de Tineo me entero que mi alojamiento no se encuentra exactamente en Tineo, sino en una pedanía cercana llamada El Crucero (algo que olvidaron mencionar cuando llamé), que me obliga a volver por donde he venido y desviarme 4 kilómetros de Tineo. Desde donde estoy, puedo divisar El Crucero a lo lejos y también un camino asfaltado por el que debo descender para llegar allí pero, junto a mí, surge un camino en línea recta, atravesando un bonito prado sin sombra, pero parece mucho más directo que el rodeo propuesto en un principio. Así que me despido de Lucas y me la juego por el prado. El camino se va volviendo cada vez más agreste hasta desaparecer, después de un kilómetro, en medio del prado, y yo me topo con un cercado de espinos y un pequeño terraplén infranqueable en mi estado. En ese momento y bajo el sol abrasador del medio día y sin agua, solo quiero sentarme y llorar. Me tomo 5 minutos para encajar el shock, y vuelvo sobre mis pasos por segunda vez en el día. Esta vez tomo el camino asfaltado largo, pero sin pérdida, y después de 4 kilómetros más de calor abrasador y sol, llego a El Crucero, entro en el primer y único bar que veo, bebo y como y vuelvo a beber como nunca en mi vida, y me acuesto a dormir. Si despierto cenaré en el mismo sitio que he comido (ya que no barajo la posibilidad de un paseo para cenar por Tineo) y si no lo hago: mañana será un nuevo día o no, y entonces alguien encontrará mi cadáver y avisarán a mi familia. Felices sueños.


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