viernes, 13 de noviembre de 2009

CAMINO PRIMITIVO. DIA 5: TINEO - POLA DE ALLANDE

Finalmente he despertado, y además mucho mejor de lo que esperaba. Lleno de optimismo arranco el camino de hoy recorriendo por tercera vez los mismos 4 kilómetros que me separan de Tineo, aun se pueden observar rastros de la fiesta de anoche por San Roque: gente durmiendo bajo los árboles, en los coches y hasta en tiendas de campaña. Y los últimos gritos y cantos en alguna carpa que aun tiene la música puesta. La verdad es que por los restos hallados en mi camino deduzco que tuvo que ser una buena bacanal, si lo llego a saber me hubiese dado una vuelta, total 8 kilómetros más o menos a éstas alturas… Jejeje.











El día vuelve a ser tórrido y no son ni las 10 de la mañana, y para rematar… Todo cuesta arriba hasta el alto de Piedratecha. Pronto dejamos atrás el pintoresco centro urbano de Tineo y a la salida del pueblo nos encontramos con el refugio del Último de Filipinas, para mi decepción no lo encontramos allí, ya que leí algo sobre él antes de iniciar el camino, sé que es un antiguo minero que se autodenomina de esa manera a sí mismo, pero desconozco la razón… ¡Me hubiera gustado preguntárselo!


Tras descender el alto de Piedratecha, y guiándome por la distancia recorrida, mis nervios empiezan a aflorar, ya debemos de estar cerca del cruce que hay que tomar desviándote del camino, hasta el antiguo monasterio abandonado de Obona. No me gustaría haberme saltado el cruce, ya que es uno de los puntos que más me interesaba visitar en éste camino. Por fin, un par de kilómetros más tarde de lo previsto, encontramos el cruce y decido desviarme, a pesar del calor sofocante, ya que según la guía tan sólo son unos cientos de metros, pero que merecerán sobradamente la pena.




Cuando por fin diviso el monasterio a la salida del bosque, el corazón me da un vuelco y casi echo a correr. No es como me lo esperaba, porque lo creía en peor estado de conservación y más “virgen”, pero tampoco me defrauda.

Según la leyenda, el monasterio de Santa María la Real de Obona fue fundado en el 780 por el príncipe Adelgaster. Más de 1200 años de historia y el paso de miles de peregrinos antes que nosotros desde tiempos inmemoriables, han impregnado al lugar de un ambiente mágico, un aura especial, que sientes en cuanto comienzas a adentrarte y explorar el recinto. Para ello me enfundé en mi disfraz de Indiana Jones (Héroe, ídolo e imagen a seguir en mi niñez) y, tras intentar forzar la entrada de la iglesia sin éxito, decidí comenzar la exploración introduciéndome por el estrecho hueco que separa las paredes del cementerio de la iglesia. Pronto comprendí que no había sido buena idea traer la mochila conmigo durante la exploración ya que el hueco se va estrechando y no puedo pasar con ella a cuestas, además es un lastre innecesario, y mis piernas agradecerán el descanso. Así que continúo la exploración sin mi pesada carga, que abandono a su suerte.




En la parte posterior de la iglesia me encuentro con los antiguos muros exteriores del monasterio y me introduzco por un hueco en ellos para acceder al claustro. La maleza verde ha crecido mucho y en ese momento el lugar parece más mágico que nunca, me siento extrañamente protegido, el sol no es tan abrasador e incluso se diría que el ambiente es más fresco allí que en el exterior… Pronto la magia se torna en escalofrío al recorrer la pared del claustro. Allí encuentro un acceso a la segunda planta, por unas escaleras que se pierden en la oscuridad, totalmente bloqueado con unas rejas y del que surge una corriente de aire helado como si proviniera de un aire acondicionado, la misma corriente surge también de unos extraños orificios en la pared, que parece que albergaran fuentes antiguamente. Los orificios son demasiado pequeños para meter la cabeza, pero fácilmente se podría introducir un brazo, la idea de todos modos no me seduce mucho, así que opto por intentar asomarme y vislumbrar algo, pero mi mirada se pierde de nuevo en la más absoluta oscuridad y un chorro de aire helado me golpea en la cara hasta el punto de agitarme el pelo. La situación me dio tal mal rollo, que decidí que había llegado el momento de marcharme.


Al reemprender la marcha y consultar mi reloj, me sorprendió que lo que para mi había sido un paseo de 15 minutos por el interior de las ruinas, se había prolongado realmente durante una hora… Aun no sé en que momento perdí el conocimiento ni cuando lo volví a recobrar ahí dentro. Para rematar, los “cientos de metros” de la guía resultaron ser 900 de ida y 900 de vuelta, y los de vuelta con una cuesta arriba (como no) que iría suavizándose poco a poco hasta casi Villaluz.


En Villaluz, carretera y manta hasta prácticamente Borres, pisando en gran medida un asfalto que a esas horas abrasaba los pies. Y en Borres lo único que nos encontramos, literalmente, es un albergue (completo ya a esas horas por supuesto).

Así que lo que según la guía era una tranquila etapa de 15 kilómetros hasta Borres, finalmente se ha convertido, de momento, en 18,8 según mi GPS. Y digo de momento, porque a estas alturas y con el albergue lleno, la única opción posible es seguir adelante 12 kilómetros más hasta Pola de Allande, y renunciar de ese modo a uno de los tramos más bonitos de este camino, que es la Ruta de los Hospitales, que bordea Pola de Allande por la cresta de las montañas que rodean el pueblo, a casi 1300 metros de altura. Otra vez será…

Estos últimos 12 kilómetros resultan eternos y monótonos hasta superar el Alto de Porciles, donde la cuesta bajo te invita a estas alturas a dejarte caer rodando hasta Pola de Allande.

Por fin, una vez en Pola de Allande, directamente ni planteo seguir los 3 kilómetros cuesta arriba que quedan aun hasta el albergue (para que luego esté lleno), así que me dirijo directamente a La Nueva Allandesa, hotel fundado en 1953, donde a pesar de ser ya las 5 de la tarde, el propietario me ofrece una “merienda” de 7 escalopes y avisa de que es sólo para poder llegar a la cena, donde me deleitará con una típica cocina asturiana. Después, con mucha amabilidad avisa de que esa noche celebrarán una boda en el hotel y por ello me ha reservado una habitación alejada del bullicio en la que poder descansar. Hasta entonces ni me lo pienso: de cabeza a la cama.

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