martes, 22 de junio de 2010

DIA 7: GRANDAS DE SALIME – FONSAGRADA



Amanece el día lluvioso y fresco, algo que se agradece después del varapalo de ayer y del cual no esperaba recuperarme. Esto me anima, así que después de un copioso y tranquilo desayuno en el bar del pueblo, Wilson y yo partimos raudos mano a mano.
La sensación de frescor y lluvia es tan agradable después de todo el calor que venimos soportando que en lugar de ponerme el chubasquero, dejo que el agua empape mi camiseta, mi piel y hasta mi alma. El subidón es tan grande que decido plantearme la etapa como un nuevo reto contrarreloj lleno de optimismo. De nuevo un fuerte ritmo militar, con pequeños descansos de 5 a 10 minutos cada hora para estirar y descansar la mochila.

Pronto empiezo a adelantar e ir dejando atrás peregrinos. Llevo un ritmo imparable y nadie consigue aguantar mi estela mucho tiempo. ¡Soy el puto amo!

Atravieso Castro a toda velocidad, lamentando no disponer de más tiempo para poder visitar su castro celta de Chao Samartín, y me deleito a la salida del pueblo con la sensación de la hierba alta y empapada de lluvia rozando con mis piernas. Es increíble el efecto que está teniendo la sensación de frescor en mí y no parece que me pueda cansar. Hasta mi maltrecha rodilla de ayer parece que me está dando un respiro y aguantando el ritmo.

En esas estamos cuando en medio de un bosquecillo, como salida de un relato de terror, aparece la ermita de San Lázaro, que se encuentra en el lugar de una antigua leprosería. Triste, tétrico y solitario, el lugar parece perfecto para mi primera parada del día. Estiramientos, un poco de hidratación, unas fotillos, y a seguir ruta.

De nuevo carretera de subida hacia el puerto del Acebo (no me he separado de ella apenas desde que salimos de Grandas), los kilómetros por asfalto son terriblemente monótonos, así que sigo apretando el paso y pronto llego al pueblo de Peñafuente, donde devoro los carajitos del doctor de Salas que me quedaban en la mochila y prosigo la marcha sin mayor dilación.

Otra vez asfalto, otra vez carretera, y en esa monotonía superamos el Acebo abandonando Asturias y entrando en Galicia. Como el mundo al revés, al entrar en Galicia la lluvia escampa y el odioso sol nos vuelve a recibir abrasador.

La carretera bajo el sol y el calor sofocante hace que su monotonía se vuelva insufrible. A pesar de que el asfalto se va alternando con las pistas habilitadas para el camino, éstas permanecen paralelas a la carretera y no se alejan más de unos metros de ésta, por lo que la sensación sigue siendo la misma, aunque los pies agradecen la tierra en lugar del asfalto.

Tanta monotonía, tanto calor, me vuelven a inducir en el delirio y el aburrimiento me hace cantar a plena voz el “Aromas Ilicitanos” 134 veces seguidas, batiendo así el anterior record Guiness establecido en 99 reproducciones seguidas. Lamentablemente, el pequeño notario sueco que me acompañaba para dar fe de la proeza sufrió un golpe de calor embutido en su traje e intentando seguir el ritmo de caminata, y se encuentra en coma inducido desde entonces (aun no sé seguro si fue por el calor o por el deleite que le causó escuchar mi aterciopelada voz de barítono).

Con Fonsagrada a lo lejos, en plena cuesta abajo, el timbrazo de unas bicis me sacó de mi ensoñación, eran nuestros amigos los ciclistas locos, bajando a toda velocidad por la carretera y dándome gritos de ánimo. Parecerá una tontería, pero cada vez que en este camino primitivo te reencuentras con alguien con quien has coincidido anteriormente te inunda una inmensa alegría, como si esa persona, de la que posiblemente nunca vas a volver a saber nada, fuera el mejor amigo que has conocido en tu vida, y el verlo después de “tanto” tiempo te hiciera saber que al menos “aun sigue vivo”. Y es que en este camino tan poco concurrido, los que vamos coincidiendo en cada pueblo, en cada albergue, en cada cruce del camino, empezamos a formar parte de una especie de peculiar familia.

La entrada a Fonsagrada se produce por otro “repechín”, el calor de mediodía ya es asfixiante pero he conseguido mi objetivo recorriendo 26 kilómetros en apenas 4 horas. Así que cuando me encontré con la pastelería “A Fonsagrada” pensé que era el momento de celebrarlo con un merecido premio, pero nada más lejos de la realidad… Nada más verme entrar, la dependienta del establecimiento no pudo evitar un suspiro de repugnancia mirándome de arriba abajo, por lo visto mi aspecto sudoroso y maloliente no era bienvenido entre sus prominentes parroquianos que disfrutaban del café de las 12. A pesar de la insistencia de un lugareño en mi favor, incomprensiblemente se negaron a atenderme, yo sólo quería un agua bien fría y una napolitana de chocolate, que además hubiera pagado caro de buen grado, pero lo único que conseguí fueron las indicaciones al bar más cercano. Y es que por lo visto en la cafetería pastelería “A Fonsagrada” los peregrinos son personas no gratas, no me extrañaría que pronto así lo indicaran a la puerta del establecimiento… En dos días la cara y la cruz de la solidaridad peregrina. Según Carlo Cipolla en su obra “Allegro ma non troppo”, donde formula su famosa teoría de la estupidez humana, utilizando parámetros económicos las personas se pueden clasificar en 4 grupos:

- Inteligentes (Benefician a los demás y a sí mismos)

- Incautos (Benefician a los demás y se perjudican a sí mismos)

- Malvados (Perjudican a los demás en beneficio propio)

- Estúpidos (Perjudican a los demás y a sí mismos)

Aplicando ésta clasificación, siempre recordaré a aquella mujer como una de las personas más estúpidas que he conocido. Porque me perjudicó negándome una simple botella de agua y una napolitana, y se perjudicó a ella misma dejando de ganar un dinero, que aunque poco nunca viene mal, y consiguiendo que yo ahora vierta esta dura crítica y conserve tan mal recuerdo de su establecimiento.

Pero como no hay mal que por bien no venga, unos metros más adelante pude comerme un bocadillo más grande que yo, por sólo 1 euro y medio, en un simpático barecito regentado por un vasco, que tiene todo el lugar decorado con refranes optimistas, dichos tradicionales, frases divertidas y citas célebres. Aupa Athletic!!!!!!!

Ya en el tradicional paseo vespertino pude conocer la Iglesia tradicional de Santa María en cuyo interior sitúa la leyenda popular a la fuente sagrada que da nombre al pueblo. Una vez más, como durante todo el camino y en la vida en general, vemos el interés de la iglesia católica por camuflar y convertir las antiguas costumbres que se consideraban paganas. Y es que en éste camino se acaba de demostrar cómo la iglesia católica suele hacer suyo el famoso dicho de “si no puedes con ellos, únete a ellos”. Una fórmula que les ha funcionado muy bien y les sigue funcionando, dando lugar a leyendas como las de éste mismo camino de Santiago, del que no existe prueba científica alguna sobre los restos del apóstol ni sobre los milagros que se le atribuyen.
 
 
 
 
 
 

miércoles, 25 de noviembre de 2009

CAMINO PRIMITIVO. DIA 6: POLA DE ALLANDE – GRANDAS DE SALIME

Antes de comenzar mi narración de la etapa, me gustaría relatar los hechos que tuvieron lugar en la tarde – noche de ayer.


Tras mi tradicional ducha y siesta, hice mi también tradicional paseo de cowboy en chancletas por el pueblo, para “hacer hambre” antes de la cena (Como si me hiciera falta eso). El paseo me hizo ver con tristeza las evidencias del despoblamiento que está sufriendo este concejo: un bonito pueblo, pero tremendamente triste y solitario, sin apenas gente por la calle, sin niños que jueguen en el parque, sin apenas comercios y muchos de ellos abandonados, al igual que las casas.

Tampoco había mucho que ver, el palacio de Cienfuegos picaba mi curiosidad pero, tras comprobar el desnivel de la pendiente para ascender al mismo, maté mi curiosidad con un tiro en la nuca, y me conformé con un vistazo al río y al precioso ayuntamiento de estilo colonial. Éste tipo de arquitectura, llamado “Indiana”, fue importado aquí por los muchos asturianos que emigraron al continente americano en busca de fortuna y que tras encontrarla, regresaron a estos lares a principios de siglo XX. De hecho, Pola de Allande conserva un estrecho vínculo con la República Dominicana según he podido leer en algunos carteles turísticos, gracias a los lazos tendidos por los emigrantes españoles y que se conservan aun hasta hoy.


Decido regresar al hotel para la cena, y al entrar en mi habitación, ya con la penumbra del ocaso, percibo cómo la extraña sensación que me produjo el espejo del armario empotrado, la primera vez que entré en la habitación, ahora se ha convertido ya en una incomodidad, es como si percibiera una energía negativa alrededor de todo ese rincón, lo realmente extraño es que la sensación me la produce tanto el espejo como la pared interior que da al baño, por lo que a partir de ahora decido no rondar más ese rincón por ninguno de sus dos costados.

Me dejo de paranoias y bajo a cenar, directamente cuando bajo al comedor el propietario no me ofrece ni la carta y comienza a sacar un plato tras otro, cada uno más consistente que el anterior y empezando ni más ni menos que por una fabada asturiana servida en una cazuela donde podría darme un jacuzzi, sirva esto de ejemplo para lo que fue el resto de la cena. Afortunadamente, unos clientes del hotel ya me habían avisado de que no hacía falta que me comiera todo lo que me sacaran…

Tras el homenaje, caí rendido en la cama y me sumí en un profundo sueño.

Sueño:


…Me encontraba en un serpenteante sendero, en un verde, frondoso e idílico bosque, la imagen se parecía mucho al recorrido del camino a su paso por la ruta de los palacios, en la etapa Oviedo – Grado.


A unos 50 metros, siguiendo el camino, distinguía a una mujer, no sé quien era pero sentía que lo conocía y justo a otros 50 metros, pero en la otra dirección del sendero también distinguí a un hombre joven. Ambos iban vestidos de un blanco impoluto con prendas ligeras de verano como si fueran de lino.


Cuando quise dirigirme a la mujer, observé que estaba mirando al cielo, el hombre también hizo lo propio, al mismo tiempo que una refrescante brisa hacía correr las hojas del camino y agitaba sus ropas. En ese momento percibí como la luz del cielo se hacía cada vez más intensa, el brillo alcanzó tal esplendor que dejé de distinguir a las dos personas que me acompañaban, pero extrañamente, esa misma luz no me molestaba, todo lo contrario: podía mirarla directamente y tan sólo sentía una calidez especial junto con una sensación de bienestar que invadía todo mi cuerpo.


En aquel momento, mirando al cielo y en medio de un brillo cegador que no me dejaba distinguir nada más que a mí mismo, sentí unas palabras, y digo sentí porque realmente no las escuché, sino que directamente resonaron en mi interior. Aquellas palabras eran simplemente: “Vive la vida, que yo te estaré esperando”…

Desperté frío pero empapado en sudor, y supe desde ese mismo instante quien me había hablado: La muerte. No la vi, nadie me lo dijo, pero no sé por qué extraña razón lo supe y lo sigo sabiendo.

La música de la boda tronaba de fondo, eran las 4 y media de la madrugada, y yo me encontraba extrañamente feliz y con unas ganas increíbles de bajarme al baile y felicitar a los novios. Y ahí estaba yo, nadando en aquel mar de repentina felicidad cuando me percaté que la puerta espejo del armario empotrado se movía y golpeaba movida por alguna extraña corriente de aire, el caso es que la extraña sensación se convirtió en un mal rollito muy chungo, y decidí cambiarme de cama a la que estaba bajo la ventana, más alejada del rincón demoníaco. Además, y por si acaso le pedí a Wilson que pasara el resto de noche junto a mí. Lo conocí el mismo día que a Lucas (El gigante alemán), y nos hemos cruzado algunas breves palabras desde entonces, pero el caso es que ya no nos hemos separado y a estas alturas ya lo considero un buen amigo, así que le puse el nombre de Wilson en honor a una gran película que me encanta: “Naufrago”.

Y hasta aquí la tarde-noche-madrugada de ayer. Hoy el día ha comenzado bien temprano, ya que apenas he podido volver a dormirme después de la experiencia extrasensorial, así que he querido aprovechar el día, ya que nos espera la etapa más larga del camino hasta Grandas de Salime. La guía la divide en dos etapas, pero yo he decidido hacerla del tirón porque soy así de “machote” (Jajaja. No me lo creo ni yo, por mucho que me lo repita).

La etapa comienza en subida, para variar. ¡Y qué subida! El puerto del Palo. Con ese nombre ya está todo dicho. Y como dicen que los malos recuerdos el cerebro los elimina de nuestra memoria, prefiero ni intentar recordar la experiencia… Por cierto, ni los bosques me han parecido tan frondosos ni todo tan bonito como lo describía la guía, más bien parecía un calvario.


Tras superar el gran escollo, y de camino a La Mesa, he tenido tiempo de meditar sobre lo acaecido esta noche, y tras discutirlo intensamente con Wilson, ambos hemos llegado a la misma conclusión: Nunca en mi vida volveré a cenar fabada antes de dormir.

A la entrada de La Mesa, justo cuando me encontraba evacuando bajo un árbol a la orilla del camino, escuché un chirriar de frenos y una voz que me saludaba. Tras terminar mi necesidad, me giré y encontré a un sonriente ciclista que me tendía la mano, a pesar de la situación en que me encontró, así que yo para no ser descortés se la acepté, y justo en ese momento llegó su compañero también ciclista.

Aprovechamos e hicimos un descanso en el camino, donde me contaron su curiosa historia. Eran dos amigos, uno de Barcelona y el otro de Chipiona (Vecinos vamos), y habían cargado las bicicletas en su coche y viajado a Asturias para hacer algo de Mountain Bike por estos paisajes. Pero al parecer, a su llegada a Oviedo alguien les habló del Camino de Santiago Primitivo y decidieron aventurarse en él, ya que no tenían rumbo fijo ni destino preestablecido. Así que adquirieron una guía de viaje y se pusieron en marcha, pero la dureza del camino les pasó factura a sus monturas, ya desde la primera etapa, rompiendo una de las bicis y obligándoles a repararla en Grado. Así que el resto del camino, en lugar de hacerlo por el duro sendero original, lo seguían por carretera y debido a la mala señalización de estas, aquello les provocaba innumerables pérdidas hasta el punto, según nos contaron, de hacer más del doble de kilómetros por etapa. Es decir, que llevaban el mismo ritmo que nosotros pero en bici… Jejeje.

La compañía era grata y me parecieron unos chicos muy majos, pero ellos iban en bici y podían ir más relajados, pero a nosotros aun nos quedaban muchas horas de paseo. Así que continuamos adelante, dejando atrás el poblado de La Mesa, como no, por un tremendo repecho hasta coronar la cima plagada de estáticos molinos eólicos. ¡¡¡¡No se movía ni uno!!!! Era otro caluroso día, sin una pizca de brisa, con más de 30 grados a la sombra, y con un sol abrasador que convertía la crema solar de factor 100 en algo menos que una lupa sobre tu piel.


Ya se podía divisar Grandas de Salime a lo lejos y el tremendo embalse a sus pies. Las vistas eran preciosas, pero como ya nos avisaron los ciclistas que ponía en su guía, comenzaba una durísima bajada continua de 7 kilómetros con pendientes del 20% y por un terreno igualmente duro y pedregoso. Si la subida al Palo había sido dura, lo mismo se puede decir de ésta bajada, pero con la diferencia de que el cansancio ya empezaba a hacer mella y el calor de las 3 de la tarde era sofocante, y para rematar sin comer, ya que mi plan era llegar al hotel restaurante del embalse y comer allí, aunque se hicieran las 5 de la tarde. Esas ansias hicieron que precipitara la bajada hasta que mi rodilla derecha dijo basta. Un cartel indicativo avisaba que el servicio de barca para cruzar el embalse y atajar el resto de bajada, y el rodeo que quedaba, no estaba ya operativo, ahora sí comenzaba mi calvario.


Con la rodilla maltrecha y apoyando todo mi peso en Wilson conseguí alcanzar renqueante la presa, e introducirnos en un hueco de la roca para asomarnos a un espectacular mirador donde poder disfrutar de las vistas… Una pareja de guiris en pleno desenfreno de lujuria que habían encontrado en el mirador el rinconcito perfecto para consumar su acto sexual.

Con lo surrealista de la situación tan sólo faltaba que fueran Nacho Vidal y Silvia Saint y que además nos invitaran a la fiesta, pero no amigos, aquello no era una porno, era el puto Camino de Santiago, y en este puto Camino de Santiago que estoy haciendo, puedes pasarte 20 kilómetros sin cruzarte con un alma y de repente encontrarte a dos cachalotes guiris haciendo temblar el mirador y parte de la montaña con sus arreos.

- Wilson, ¿De dónde ha salido esa pareja?
- Ni idea, estoy tan desconcertado como tú, no he visto ni coche ni moto ni casa de la que puedan haber salido.
- Pues por la pinta, perfectamente pueden haber salido de un capítulo de Benny Hill, y si es así… ¿Por qué no escucho ninguna musiquita? Porque la cámara rápida sí que ha funcionado cuando nos han visto y han salido pitando…
- Tío, necesitas descansar…


Así que continuamos adelante y Wilson me arrastró literalmente por la cuesta arriba, hasta el hotel restaurante que se encontraba a la salida del embalse hacia Grandas de Salime. Cuando lo vi aparecer tras una curva, los ojos se me llenaron de lágrimas, era mi salvación: Comida, bebida, descanso y un alma caritativa que me acercase en coche desde el restaurante hasta Grandas de Salime, ahorrándome el sufrimiento de los 8 kilómetros de subida por carretera que me quedaban.


Pero el camino no me lo iba a poner tan fácil, y es que cuando las cosas dicen de torcerse… Cuando llegamos a la entrada del establecimiento nos recibieron unas puertas cerradas a cal y canto, sin ningún tipo de cartel informativo, y por mucho que me empeñaba en fundir el timbre allí no abría nadie la puerta. En ese momento, mi desesperación me llevó a cometer la última estupidez del viaje: eran las 5 y media, llevaba sin comer desde la hora del desayuno y para calmar los rugidos de mi estómago, me zampé casi media bolsa de cacahuetes que llevaba en la mochila… Cacahuetes salados.Por lo que tras el tentempié disfrutando de las maravillosas vistas desde el mirador del hotel, y tras agotar la última gota de mi agua, reemprendimos la marcha por la carretera.


Al poco de comenzar, una espectacular águila posada a menos de 20 metros de nosotros, en un murete de la carretera, emprendió el vuelo. Juro que la escuché chillar: “¡¡¡Pringaos!!!”, mientras se alzaba hacia el cielo sin apenas esfuerzo aparente. Durante 6 interminables kilómetros más, chupamos asfalto hasta llegar a un sendero marcado como el camino de Santiago, que se alzaba casi en vertical por la ladera de la montaña y se internaba en un frondoso bosque. La razón me dijo que siguiera por la carretera, mi espíritu peregrino que recorriera la senda. Y como yo estaba inspirado ese día… me interné por la senda.


En los primeros 300 metros me di cuenta de mi error, la senda era durísima y tenía pinta de no ser muy utilizada, ya que se encontraba en un estado lamentable, teniendo que sortear árboles caídos, zarzas, desprendimientos,… Y sin sentirme las piernas, temblando, no recuerdo cuantas veces hice un alto en el camino para apoyarme en algún tocón y sofocar el vómito que me estaba provocando una creciente angustia desde hacía ya casi una hora. Nunca en toda mi vida he puesto mi cuerpo tan al límite, nunca he sentido aquella sensación de perder el control de mi cuerpo, de caerme al suelo sin tropezar, sin saber siquiera por qué me he caído ni cuanto tiempo he estado parado ahí. La vista se me nublaba y sobre mi cabeza tan sólo rondaba la idea de cuando encontrarían mi cuerpo en aquel lugar, bueno, y tal vez también el águila frotándose las garras, pensando en rebañar la poca carne que me quedaba entre la piel y mis huesos. De verdad pensaba que había llegado mi hora. Aquello estaba siendo peor que unas setas hawaianas en un albergue de Amsterdam y bajo una lluvia torrencial.


Yo ya hablaba con Wilson, con Dios, con los extraterrestres, con Paulo Coelho, y un montón de amigos más que se me iban uniendo por el camino. Y en esas estábamos todos juntos cuando vislumbré un claro y al final una casa grande de campo con una señora que se encontraba barriendo el porche de la misma, conforme me fui acercando comprendí que no era un claro, si no que ya estaba llegando a Grandas de Salime y aquella era la primera casa a la entrada del pueblo.


A partir de ahí todo me resulta un poco confuso. Escuché unos gritos: ¡Araceli, Araceli! ¡Saca agua! ¡Que mira cómo vienen! Se nos mueren, se nos mueren… Luego también la voz de un hombre: ¡Pero de la fuente! Fresca, fresca.

Cuando volví a tomar conciencia de la situación me encontraba tirado en el suelo del porche de aquella casa que barría la mujer, apoyado contra un pilar, y había engullido 5 litros de aquella maravillosa agua de la fuente junto con una fuente entera de ciruelas. Las mejores ciruelas que he probado en mi vida, cada vez que mordía una y notaba caer fuera de mi boca su dulce jugo por la comisura de mis labios, no me molestaba ni en limpiarme, aquello era mejor que el “placer adulto” de chocolates Valor. Al poco ya podía articular alguna palabra, y entonces me enteré que aquel par de mujeres mayores y el señor que me miraban con unos ojos como platos, eran la de la familia propietaria del museo rural del pueblo, y llevaban auxiliando peregrinos de la misma forma todo el día. Al parecer, se han quejado ya muchas veces al ayuntamiento del mal estado de aquel sendero, pero el ayuntamiento (encargado de su mantenimiento) parece que tiene otras prioridades en sus presupuestos y además alega que tras habilitar una fuente a la orilla de la carretera (500 metros después de la bifurcación del sendero y sin señalizar) los peregrinos la conocen y ya nadie hace esos 2 kilómetros de sendero, sino que siguen por carretera para poder repostar en la fuente. Yo ya no tengo fuerzas ni para cabrearme, y después de salvarme la vida desinteresadamente estas personas, sólo podía sentir una inmensa gratitud. Desde aquí las propongo para alcaldesas de su pueblo, presidentas de Asturias, y ya que nos ponemos, de España también, y premios Nobel de la paz. No tiene precio lo que hicieron por mí y por todos los peregrinos incautos como yo que, siguiendo el verdadero espíritu del Camino Primitivo, eligen el sendero de la muerte al llano y monótono camino de la carretera. Se me saltan las lágrimas sólo de recordarlo, y por ello, aunque no pueda decírselo ni hacérselo saber: les estaré eternamente agradecido.

Ya son las 8 y media, han sido 45 kilómetros y más de 12 horas de camino, hoy ni paseo de cowboy en chancletas, ni fotos del pueblo. Directamente: cena y cama.

viernes, 13 de noviembre de 2009

CAMINO PRIMITIVO. DIA 5: TINEO - POLA DE ALLANDE

Finalmente he despertado, y además mucho mejor de lo que esperaba. Lleno de optimismo arranco el camino de hoy recorriendo por tercera vez los mismos 4 kilómetros que me separan de Tineo, aun se pueden observar rastros de la fiesta de anoche por San Roque: gente durmiendo bajo los árboles, en los coches y hasta en tiendas de campaña. Y los últimos gritos y cantos en alguna carpa que aun tiene la música puesta. La verdad es que por los restos hallados en mi camino deduzco que tuvo que ser una buena bacanal, si lo llego a saber me hubiese dado una vuelta, total 8 kilómetros más o menos a éstas alturas… Jejeje.











El día vuelve a ser tórrido y no son ni las 10 de la mañana, y para rematar… Todo cuesta arriba hasta el alto de Piedratecha. Pronto dejamos atrás el pintoresco centro urbano de Tineo y a la salida del pueblo nos encontramos con el refugio del Último de Filipinas, para mi decepción no lo encontramos allí, ya que leí algo sobre él antes de iniciar el camino, sé que es un antiguo minero que se autodenomina de esa manera a sí mismo, pero desconozco la razón… ¡Me hubiera gustado preguntárselo!


Tras descender el alto de Piedratecha, y guiándome por la distancia recorrida, mis nervios empiezan a aflorar, ya debemos de estar cerca del cruce que hay que tomar desviándote del camino, hasta el antiguo monasterio abandonado de Obona. No me gustaría haberme saltado el cruce, ya que es uno de los puntos que más me interesaba visitar en éste camino. Por fin, un par de kilómetros más tarde de lo previsto, encontramos el cruce y decido desviarme, a pesar del calor sofocante, ya que según la guía tan sólo son unos cientos de metros, pero que merecerán sobradamente la pena.




Cuando por fin diviso el monasterio a la salida del bosque, el corazón me da un vuelco y casi echo a correr. No es como me lo esperaba, porque lo creía en peor estado de conservación y más “virgen”, pero tampoco me defrauda.

Según la leyenda, el monasterio de Santa María la Real de Obona fue fundado en el 780 por el príncipe Adelgaster. Más de 1200 años de historia y el paso de miles de peregrinos antes que nosotros desde tiempos inmemoriables, han impregnado al lugar de un ambiente mágico, un aura especial, que sientes en cuanto comienzas a adentrarte y explorar el recinto. Para ello me enfundé en mi disfraz de Indiana Jones (Héroe, ídolo e imagen a seguir en mi niñez) y, tras intentar forzar la entrada de la iglesia sin éxito, decidí comenzar la exploración introduciéndome por el estrecho hueco que separa las paredes del cementerio de la iglesia. Pronto comprendí que no había sido buena idea traer la mochila conmigo durante la exploración ya que el hueco se va estrechando y no puedo pasar con ella a cuestas, además es un lastre innecesario, y mis piernas agradecerán el descanso. Así que continúo la exploración sin mi pesada carga, que abandono a su suerte.




En la parte posterior de la iglesia me encuentro con los antiguos muros exteriores del monasterio y me introduzco por un hueco en ellos para acceder al claustro. La maleza verde ha crecido mucho y en ese momento el lugar parece más mágico que nunca, me siento extrañamente protegido, el sol no es tan abrasador e incluso se diría que el ambiente es más fresco allí que en el exterior… Pronto la magia se torna en escalofrío al recorrer la pared del claustro. Allí encuentro un acceso a la segunda planta, por unas escaleras que se pierden en la oscuridad, totalmente bloqueado con unas rejas y del que surge una corriente de aire helado como si proviniera de un aire acondicionado, la misma corriente surge también de unos extraños orificios en la pared, que parece que albergaran fuentes antiguamente. Los orificios son demasiado pequeños para meter la cabeza, pero fácilmente se podría introducir un brazo, la idea de todos modos no me seduce mucho, así que opto por intentar asomarme y vislumbrar algo, pero mi mirada se pierde de nuevo en la más absoluta oscuridad y un chorro de aire helado me golpea en la cara hasta el punto de agitarme el pelo. La situación me dio tal mal rollo, que decidí que había llegado el momento de marcharme.


Al reemprender la marcha y consultar mi reloj, me sorprendió que lo que para mi había sido un paseo de 15 minutos por el interior de las ruinas, se había prolongado realmente durante una hora… Aun no sé en que momento perdí el conocimiento ni cuando lo volví a recobrar ahí dentro. Para rematar, los “cientos de metros” de la guía resultaron ser 900 de ida y 900 de vuelta, y los de vuelta con una cuesta arriba (como no) que iría suavizándose poco a poco hasta casi Villaluz.


En Villaluz, carretera y manta hasta prácticamente Borres, pisando en gran medida un asfalto que a esas horas abrasaba los pies. Y en Borres lo único que nos encontramos, literalmente, es un albergue (completo ya a esas horas por supuesto).

Así que lo que según la guía era una tranquila etapa de 15 kilómetros hasta Borres, finalmente se ha convertido, de momento, en 18,8 según mi GPS. Y digo de momento, porque a estas alturas y con el albergue lleno, la única opción posible es seguir adelante 12 kilómetros más hasta Pola de Allande, y renunciar de ese modo a uno de los tramos más bonitos de este camino, que es la Ruta de los Hospitales, que bordea Pola de Allande por la cresta de las montañas que rodean el pueblo, a casi 1300 metros de altura. Otra vez será…

Estos últimos 12 kilómetros resultan eternos y monótonos hasta superar el Alto de Porciles, donde la cuesta bajo te invita a estas alturas a dejarte caer rodando hasta Pola de Allande.

Por fin, una vez en Pola de Allande, directamente ni planteo seguir los 3 kilómetros cuesta arriba que quedan aun hasta el albergue (para que luego esté lleno), así que me dirijo directamente a La Nueva Allandesa, hotel fundado en 1953, donde a pesar de ser ya las 5 de la tarde, el propietario me ofrece una “merienda” de 7 escalopes y avisa de que es sólo para poder llegar a la cena, donde me deleitará con una típica cocina asturiana. Después, con mucha amabilidad avisa de que esa noche celebrarán una boda en el hotel y por ello me ha reservado una habitación alejada del bullicio en la que poder descansar. Hasta entonces ni me lo pienso: de cabeza a la cama.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

CAMINO PRIMITIVO. DIA 4: SALAS-TINEO

Para combatir un poco la monotonía del caminar, esta etapa me la he propuesto como una cronometrada, es decir, voy a intentar marcarme un reto y luchar contra mí mismo y mi cronómetro para llegar a Tineo en el menor tiempo posible. Mi objetivo es conseguir una velocidad promedio de 5 kilómetros hora y mantenerla de media hasta final de la etapa, marcha militar con paradas de 10 minutos por cada hora de marcha.
Salgo al alba y el marco es precioso: Salas todavía duerme y la niebla sigue engulléndolo todo. Para no perder la tradición, ya desde el primer paso comienza la cuesta arriba y mis piernas se calientan pronto (demasiado pronto), así que a pesar del fresco ambiente empiezo a sudar como un cerdo. Aun así, la estampa merece la pena, estoy subiendo al alto de Porciles por uno de los parajes más preciosos de los que llevo vistos, junto al río y por un frondoso bosque al que la niebla todavía le sigue confiriendo un aire más mágico si cabe. A éstas horas, el único sonido perceptible es el rumor del agua del río que acompaña de momento mi solitario caminar.


Tras alcanzar la carretera nacional y jugarme el tipo con los camiones durante más de un kilómetro sin arcén, por fin alcanzo de nuevo el camino, que sube por un fuerte repecho, cosa ésta última que me anima a hacer una primera parada rápida, repostar y llamar para confirmar el alojamiento de ésta noche. En esas estoy, cuando de entre la niebla aparece un peregrino muy largo (casi 2 metros), joven e imberbe, que pasa a buen ritmo junto a mí y sigue el camino, le saludo, pero supongo que el ruido del tráfico de camiones no le permite escucharme porque me ignora completamente. Tras solucionar el tema del alojamiento continúo mi camino con el depósito lleno. Al poco de coronar el repecho, encuentro al tipo largo (y raro) en lo alto de una roca leyendo, le vuelvo a saludar y ésta vez el tipo me mira de manera inexpresiva fijamente y sin pestañear hasta que abandono su campo de visión. Acaba de pasar de raro a muy raro.

Comienzo la llanura de Bodenaya y mis piernas lo agradecen, pero el sol ya hace un rato que salió y está castigándome de lo lindo. Así que aprovecho el cruce con un lugareño, para descansar y darle algo de conversación. En un momento me cuenta que se dirige al pueblo de al lado (no sé a cual, porque mire hacia dónde mire no veo pueblos, en todo caso algún que otro solitario caserío) a vender el caballo que lleva con él. Está jubilado y me cuenta que este calor en Asturias no es normal, que él un calor así sólo lo había vivido en sus tiempos mozos cuando era camionero y tuvo que ir a Santomera a hacer un enganche en pleno verano. También me indica que me queda aun más distancia de la que creía, así que yo, antes de ponerme a llorar delante de aquel hombre, le doy las gracias por los “ánimos” y me despido amablemente de él.


Otro buen rato de caminata, y empiezo a sentir que no voy sólo, una extraña presencia me acompaña, con un leve giro de cabeza, compruebo por el rabillo del ojo que el tipo largo raro que luego pasó a ser muy raro me va aguantando el ritmo a la zaga, no sé cuanto tiempo lleva ahí, acelero el ritmo al máximo, pero no consigo dejarlo atrás, así que decido ralentizarme y dejar que me rebase, pero tampoco lo hace. ¡Lo que me faltaba! Un puto “psycho killer” de 2 metros de altura, en pleno camino de Santiago, pisándome los talones y sin posibilidad de auxilio. Tengo que hacerle frente, ahora o nunca, yo llevo mi bastón y eso me puede dar algo de ventaja si lo pillo por sorpresa, y digo algo porque, ahora que lo veo de cerca, el tío es realmente enorme. Hay que reaccionar, si sigo así encontrará el momento justo de saltar sobre mí por la espalda y hacerme cachitos. Me armo de valor y pienso en los templarios que defendían a los peregrinos por aquellos lares, yo podría ser uno de ellos, un moderno caballero templario capaz de matar gigantes y salvar al resto de peregrinos de la amenaza. Así que me decido, le voy a hacer frente, me giro para plantarle cara y… con la mejor de mis sonrisas de “acojonamiento” le digo: ¿Vas sólo? (Vamos, que sólo me faltó preguntarle si quería ser mi amigo…). A lo que él contestó: Sorry, I don’t speak spanish. De repente todo cobró su lógica y yo saqué una gran conclusión del camino: se tiene demasiado tiempo para pensar, y eso en una cabeza trastornada como la mía no es bueno.

A partir de ahí “amigos para siempre” y Lucas (natural de Munich) y yo, decidimos hacer el resto de la etapa juntos y practicar nuestro inglés. Como no habla ni papa de español, aprovecho y le voy dando un pequeño cursillo de supervivencia en nuestra lengua, le enseño a dar los buenos días y despedirse de todo aquel con el que nos cruzamos, pedir cosas por favor, y lo más importante (porque en Tineo son las fiestas de San Roque y ésta noche habrá jarana): “Lo siento preciosa, no tengo condones. Pero no importa, tranquila que yo te aviso…”


En esas estamos cuando nos encontramos con mis amigos hippies del día anterior, hacemos un pequeño tramo con ellos y aprovechan para regalarle un bastón a Lucas que le haga más fácil la travesía. Y debió de funcionar, porque el cabrón me lleva con la lengua fuera, con medio metro de pierna más que yo sus zancadas equivalen a tres pasos míos. Gracias a Dios la llanura pronto se convierte en una pequeña montaña rusa de repechos y bajadas, y yo me encuentro en mi terreno. La crono se convierte en crono escalada y encima los dos llevamos un buen pique, porque llevamos sin dirigirnos la palabra media hora, sólo que ahora las continuas subidas le obligan a dar pasos más cortos por lo que nuestras zancadas se equiparan y además el cuenta con el hándicap de su peso, que con el terreno tremendamente enfangado y pesado como está, me permite tomar la delantera y empezar a ser yo el que marque ritmo.

El espíritu de Indurain me posee, el calor está a punto de hacerme desfallecer, pero el recuerdo de la Eurocopa me hace seguir con vida. Voy a hacer morder el polvo a éste alemán como hizo nuestra selección con ellos. Repito mentalmente una y otra vez el gol de Torres, y me aferro con todo a ese recuerdo para seguir con vida, porque seamos sinceros: no puedo con mi alma. Todo empieza a darme vueltas, llevamos dos horas de pique sin dar el brazo a torcer ninguno de los dos (o la pierna mejor dicho), necesito beber agua urgentemente y para ello necesito parar y quitarme la mochila, y justo en ese momento escucho a mi espalda la jadeante voz de Lucas: I need a break!. Toma! Toma! Toma! Lanzo mi mochila al suelo y echo a correr gritando: Gooooooooooooooooooooooooooooooooolllll! Y luego cantando: Campeoooooooooooooones, campeooooooooooones, oe oe oeeeeeeeeeeeeeee!!! Ya me creo en el autobús de la selección camino de Colón, cuando veo la cara de Lucas, mirándome atónito, que me devuelve de pleno a la realidad… ahora el “psycho killer” soy yo. Me hago el loco, actúo como si nada y me bebo hasta la última gota de agua que me queda, ya que estamos tan sólo a un par de kilómetros ya de Tineo.


Como este Camino se a emperrado en torcerse desde un principio, a la entrada de Tineo me entero que mi alojamiento no se encuentra exactamente en Tineo, sino en una pedanía cercana llamada El Crucero (algo que olvidaron mencionar cuando llamé), que me obliga a volver por donde he venido y desviarme 4 kilómetros de Tineo. Desde donde estoy, puedo divisar El Crucero a lo lejos y también un camino asfaltado por el que debo descender para llegar allí pero, junto a mí, surge un camino en línea recta, atravesando un bonito prado sin sombra, pero parece mucho más directo que el rodeo propuesto en un principio. Así que me despido de Lucas y me la juego por el prado. El camino se va volviendo cada vez más agreste hasta desaparecer, después de un kilómetro, en medio del prado, y yo me topo con un cercado de espinos y un pequeño terraplén infranqueable en mi estado. En ese momento y bajo el sol abrasador del medio día y sin agua, solo quiero sentarme y llorar. Me tomo 5 minutos para encajar el shock, y vuelvo sobre mis pasos por segunda vez en el día. Esta vez tomo el camino asfaltado largo, pero sin pérdida, y después de 4 kilómetros más de calor abrasador y sol, llego a El Crucero, entro en el primer y único bar que veo, bebo y como y vuelvo a beber como nunca en mi vida, y me acuesto a dormir. Si despierto cenaré en el mismo sitio que he comido (ya que no barajo la posibilidad de un paseo para cenar por Tineo) y si no lo hago: mañana será un nuevo día o no, y entonces alguien encontrará mi cadáver y avisarán a mi familia. Felices sueños.


martes, 15 de septiembre de 2009

CAMINO PRIMITIVO. DIA 3: GRADO – SALAS.


Tocado por la jornada de “bienvenida” al camino, comienzo la segunda etapa con la esperanza de que lo acontecido ayer fuera tan sólo una pesadilla pasajera pero pronto la cruda realidad se vuelve a hacer patente: Las obras de la nueva autovía desvían el trazado del camino por Cabruñana, lo que a la postre resultan en 3 o 4 kilómetros más de etapa. Bien!
Avituallamiento en Cornellana, visita a su monasterio del siglo XI y nos despedimos de Cornellana saliendo junto al monasterio por un “repechín”, asfaltado eso sí. Lo de los repechines empieza a ser una tónica a las llegadas y salidas de los pueblos. (Nota mental: Alguien debería mostrar a estos asturianos las ventajas de construir pueblos fácilmente sobre llanos…).
A pesar del madrugón, ya es casi medio día, el sol y el calor vuelven a apretar hasta los 33 grados, llevo 5 kilómetros vislumbrando Salas, pero parece no llegar nunca, sobretodo desde que se me ha acabado el agua… Así que cuando por fin entro al pueblo y piso el asfalto, mi tranquilo caminar por el Camino de Santiago se torna “sprint” cuando diviso el primer bar a la entrada del pueblo, acabo con todas sus existencias de Aquarius y permanezco en estado comatoso alrededor de media hora en la terraza, hasta que finalmente me armo de valor y reemprendo la marcha…

Aprendiendo de la experiencia de ayer, y de los consejos de la “gente” del camino, ya me he mentalizado que va a ser difícil encontrar albergue y sobretodo mantener el presupuesto “cero”, así que como el Camino está para disfrutar y no para sufrir (esa está aun por ver), el resto del viaje lo he replanificado en pensiones y moteles, excepto hoy, que después del palo de bienvenida me voy a dar un lujazo en el Hotel Monumento Palacio de Valdés Salas. Cuando llego el hotel es un dos estrellas, pero perfectamente podría tener la tercera, y es precioso, aun conserva la estructura e imagen exterior de palacio, con su torre del homenaje y todo, pero por dentro está totalmente reformado, y para rematar: Tienen un menú por sólo 10,50 euros digno de Ferrán Adriá (pienso que con aquel menú “palman” dinero). Parece que mi suerte está cambiando…

Después de comer, ducha y siesta leyendo “Las mil y una noches” que me prestan en el hotel… Cuando despierto me calzo mis chancletas y con un andar al más puro estilo cowboy americano (las agujetas y las primeras rozaduras empiezan a causar estragos) me doy un paseo por el bonito pueblo en busca de la farmacia más cercana. Por el camino conozco a dos “Hippies” que están haciendo el camino sin dinero, uno español, de unos 50 años, dice ser poeta; el otro con marcada apariencia y acento escandinavo y de unos 25 parece ser su aprendiz. Están tocando un didgeridoo y pidiendo limosna como ayuda para terminar el Camino de Santiago. Me caen muy simpáticos, así que colaboro sin pensarlo con su causa con todo lo que llevaba suelto en ese momento. Cuando por fin llego a la farmacia compruebo que sólo llevo 5 euros (el resto que me faltaba era la chatarra que doné) así que me decanto por las vendas elásticas y desecho las tiritas: Las rozaduras duelen cada vez más, pero durante la marcha te acostumbras por momentos, mientras que sin embargo una tendinitis no me permitiría acabar el camino.
Con la noche cayendo y la niebla tomando el pueblo, me retiro al hotel y me acuesto. Eso sí, cenando antes como un campeón con vino tinto incluido. Hoy me siento muy feliz y esto ya empieza a parecer más unas vacaciones en lugar de un calvario.

jueves, 10 de septiembre de 2009

CAMINO PRIMITIVO. DIA 2: OVIEDO – GRADO

¡Comienza de verdad el camino! Según la guía hoy tenemos una etapa relativamente fácil, sólo incomodada por la subida al puerto del Escamplero y 21 kms. de camino. Así que salgo del hotel lleno de ilusión directamente hacia la catedral, donde supuestamente comienzan las indicaciones del Camino de Santiago, bien en forma de concha de vieira o bien con las típicas flechas amarillas. Pero una vez en la puerta de la catedral… Ni flechas ni vieiras! Así que comenzamos la ruta con la citada guía del camino primitivo de Santiago que me descargué de consumer.es antes de venir.
La guía no resulta ser muy fiable y las indicaciones de los lugareños parece que todavía menos, cada persona que nos ve, intentando ayudar, nos indica la dirección correcta; el problema es que nunca coincide con lo que nos había dicho la persona anterior ni con lo que dice la guía. Pero más o menos parece que seguimos el buen camino porque por fin aparecen las flechitas amarillas!!! Una vez en el buen camino y saliendo ya de Oviedo, parada en el supermercado para avituallamiento y de paso un sano desayuno a base de napolitanas de chocolate y donuts rellenos de chocolate. Una mujer que pasaba por la calle se la juega conmigo pidiéndome uno de mis Donuts (no sabía lo que había hecho ni aunque fuera de broma). Señora! Que con la comida no se juega!!! Después del gruñido, a seguir avanzando.
Esto no es tan duro como lo pintaban, apenas un paseo. Cuanta maricona hay por el mundo! Y como si alguien allá arriba me hubiera escuchado… Comienza la subida al Escamplero. Los primeros repechos por asfalto, hasta alcanzar la senda que te lleva a la cima. 31 grados, sol y viento en calma. ¿Típico día en Asturias no? Ya avisó una mujer al principio de la subida: Andar un día como hoy y con esas mochilas es de locos.
Pero contra todo pronóstico y cuando inconscientemente estoy a punto de marcar el 112 en mi móvil, de entre los árboles se hizo la luz y apareció la cima, y junto a ella un mesón asturiano. Son las 2 y media, así que ni lo pienso, para dentro de cabeza, me acomodo a la sombra en la terraza a disfrutar de la brisa y las vistas, y pido el menú del día: Ensalada de pasta con atún y escalope. Para cuando me trajeron la ensalada, yo ya había dado cuenta del pan a base de aceite y sal, así que como comprenderéis tampoco me importó que la ensalada fuera simplemente pasta hervida y que se hubieran quedado también sin atún. Más aceite, más sal, y yo solito me ventilo pasta hervida para tres. Tengo un poco de angustia, así que cuando llegan los escalopes me como uno y el otro me lo guardo por seguridad como arma arrojadiza. Pago la cuenta (10 eurazos el menú del peregrino), me calzo las botas y me voy flagelándome la espalda con el escalope.
Un paisaje precioso, justo lo que esperaba, vacas, verde y montaña. Al pasar junto a una casa abierta observo un perro, bastante grande y con mala pinta, ladrando desde lejos, lleva una cadena atada al cuello, está bastante lejos y nos separa un terraplén así que continuo la marcha sin prestarle más atención, el perro sigue ladrando ésta vez más cerca, demasiado cerca,… Su perra madre! La cadena medía dos kilómetros o era de adorno pero casi me muerde el culo el muy cabrón, afortunadamente el lenguaje universal de mi bastón es entendido hasta por los animales y el incidente no llega a mayores, en llegar al albergue me cambiaré los calzoncillos…
Hace tiempo ya que quedó atrás el albergue del Escamplero y ya me arrepiento de haber seguido adelante, porque no aparece Premoño. Mi GPS marca 18 kms. recorridos, así que ya debería haber pasado Premoño, algo empieza a no cuadrarme…
Por fin aparece Premoño y enlazamos con la ruta de los palacios hacia Grado, preciosa ruta que recorre en parte lo que parece ser los restos de una antigua calzada romana o similar (esto es cosecha propia, puede ser que la hicieran hace un par de años sólo pero la verdad es que da el pego), pero cada vez más el cansancio y el calor me dejan disfrutar menos del paisaje, y empiezo a anhelar la llegada a Grado.
Tras superar el puente de Peñaflor, y la localidad del mismo nombre donde he aprovechado para hacer el último descanso de la etapa, enfilo la senda que sale del pueblo bajo un sol abrasador y sin una sombra a la vista hasta Grado, no me puedo creer que casi a las 8 de la tarde el sol siga apretando de ésta forma y hagan 30 grados de temperatura… No estoy en Asturias?

Nada más llegar a Grado empieza la cadena de desgracias: una pareja en un pedazo de mercedes nos ofrece una habitación en alquiler porque el albergue de San Juan de Villapañada está completo, yo declino la oferta porque confío en mi suerte (nota mental: no volver a confiar en ella) y un moscón (así se les llama a los habitantes de Grado) nos ha indicado una pensión a “sólo” 500 metros. Ya desde ésta primera etapa empiezo a comprender que las personas acostumbradas a movernos en nuestros vehículos, no somos conscientes de las distancias. La pensión resulta estar completa y los “solo” 500 metros han resultado ser algo más de 1 kilómetro ya que estaba situado al final del pueblo. Al darme la noticia y apreciar las lágrimas asomar por la comisura de mis ojos, el hijo de los dueños se apiada de mi alma (en pena) y con su coche nos acerca a un “cutre hotel” a un par de kilómetros.
Al recepcionista del cutre hotel “Palpe” las orejas le hacen palmas al verme entrar arrastrándome por debajo de la puerta con mi pinta de peregrino moribundo y a las 9 y media de la noche… Él no tiene piedad y me casca 80 eurazos por una habitación compartida con una familia de cucarachas. Me acuerdo de la señora del Mercedes, de San Juan, de Santiago Apostol, de mi madre, y de pensar en lo mal que lo estaría pasando si me hubiera ido a Ibiza… Los 21 kilómetros que marcaba la guía que me descargué, se han convertido en 32 según mi GPS. ¡Magia!

No tengo ganas ni de cenar. Buenas noches