miércoles, 25 de noviembre de 2009

CAMINO PRIMITIVO. DIA 6: POLA DE ALLANDE – GRANDAS DE SALIME

Antes de comenzar mi narración de la etapa, me gustaría relatar los hechos que tuvieron lugar en la tarde – noche de ayer.


Tras mi tradicional ducha y siesta, hice mi también tradicional paseo de cowboy en chancletas por el pueblo, para “hacer hambre” antes de la cena (Como si me hiciera falta eso). El paseo me hizo ver con tristeza las evidencias del despoblamiento que está sufriendo este concejo: un bonito pueblo, pero tremendamente triste y solitario, sin apenas gente por la calle, sin niños que jueguen en el parque, sin apenas comercios y muchos de ellos abandonados, al igual que las casas.

Tampoco había mucho que ver, el palacio de Cienfuegos picaba mi curiosidad pero, tras comprobar el desnivel de la pendiente para ascender al mismo, maté mi curiosidad con un tiro en la nuca, y me conformé con un vistazo al río y al precioso ayuntamiento de estilo colonial. Éste tipo de arquitectura, llamado “Indiana”, fue importado aquí por los muchos asturianos que emigraron al continente americano en busca de fortuna y que tras encontrarla, regresaron a estos lares a principios de siglo XX. De hecho, Pola de Allande conserva un estrecho vínculo con la República Dominicana según he podido leer en algunos carteles turísticos, gracias a los lazos tendidos por los emigrantes españoles y que se conservan aun hasta hoy.


Decido regresar al hotel para la cena, y al entrar en mi habitación, ya con la penumbra del ocaso, percibo cómo la extraña sensación que me produjo el espejo del armario empotrado, la primera vez que entré en la habitación, ahora se ha convertido ya en una incomodidad, es como si percibiera una energía negativa alrededor de todo ese rincón, lo realmente extraño es que la sensación me la produce tanto el espejo como la pared interior que da al baño, por lo que a partir de ahora decido no rondar más ese rincón por ninguno de sus dos costados.

Me dejo de paranoias y bajo a cenar, directamente cuando bajo al comedor el propietario no me ofrece ni la carta y comienza a sacar un plato tras otro, cada uno más consistente que el anterior y empezando ni más ni menos que por una fabada asturiana servida en una cazuela donde podría darme un jacuzzi, sirva esto de ejemplo para lo que fue el resto de la cena. Afortunadamente, unos clientes del hotel ya me habían avisado de que no hacía falta que me comiera todo lo que me sacaran…

Tras el homenaje, caí rendido en la cama y me sumí en un profundo sueño.

Sueño:


…Me encontraba en un serpenteante sendero, en un verde, frondoso e idílico bosque, la imagen se parecía mucho al recorrido del camino a su paso por la ruta de los palacios, en la etapa Oviedo – Grado.


A unos 50 metros, siguiendo el camino, distinguía a una mujer, no sé quien era pero sentía que lo conocía y justo a otros 50 metros, pero en la otra dirección del sendero también distinguí a un hombre joven. Ambos iban vestidos de un blanco impoluto con prendas ligeras de verano como si fueran de lino.


Cuando quise dirigirme a la mujer, observé que estaba mirando al cielo, el hombre también hizo lo propio, al mismo tiempo que una refrescante brisa hacía correr las hojas del camino y agitaba sus ropas. En ese momento percibí como la luz del cielo se hacía cada vez más intensa, el brillo alcanzó tal esplendor que dejé de distinguir a las dos personas que me acompañaban, pero extrañamente, esa misma luz no me molestaba, todo lo contrario: podía mirarla directamente y tan sólo sentía una calidez especial junto con una sensación de bienestar que invadía todo mi cuerpo.


En aquel momento, mirando al cielo y en medio de un brillo cegador que no me dejaba distinguir nada más que a mí mismo, sentí unas palabras, y digo sentí porque realmente no las escuché, sino que directamente resonaron en mi interior. Aquellas palabras eran simplemente: “Vive la vida, que yo te estaré esperando”…

Desperté frío pero empapado en sudor, y supe desde ese mismo instante quien me había hablado: La muerte. No la vi, nadie me lo dijo, pero no sé por qué extraña razón lo supe y lo sigo sabiendo.

La música de la boda tronaba de fondo, eran las 4 y media de la madrugada, y yo me encontraba extrañamente feliz y con unas ganas increíbles de bajarme al baile y felicitar a los novios. Y ahí estaba yo, nadando en aquel mar de repentina felicidad cuando me percaté que la puerta espejo del armario empotrado se movía y golpeaba movida por alguna extraña corriente de aire, el caso es que la extraña sensación se convirtió en un mal rollito muy chungo, y decidí cambiarme de cama a la que estaba bajo la ventana, más alejada del rincón demoníaco. Además, y por si acaso le pedí a Wilson que pasara el resto de noche junto a mí. Lo conocí el mismo día que a Lucas (El gigante alemán), y nos hemos cruzado algunas breves palabras desde entonces, pero el caso es que ya no nos hemos separado y a estas alturas ya lo considero un buen amigo, así que le puse el nombre de Wilson en honor a una gran película que me encanta: “Naufrago”.

Y hasta aquí la tarde-noche-madrugada de ayer. Hoy el día ha comenzado bien temprano, ya que apenas he podido volver a dormirme después de la experiencia extrasensorial, así que he querido aprovechar el día, ya que nos espera la etapa más larga del camino hasta Grandas de Salime. La guía la divide en dos etapas, pero yo he decidido hacerla del tirón porque soy así de “machote” (Jajaja. No me lo creo ni yo, por mucho que me lo repita).

La etapa comienza en subida, para variar. ¡Y qué subida! El puerto del Palo. Con ese nombre ya está todo dicho. Y como dicen que los malos recuerdos el cerebro los elimina de nuestra memoria, prefiero ni intentar recordar la experiencia… Por cierto, ni los bosques me han parecido tan frondosos ni todo tan bonito como lo describía la guía, más bien parecía un calvario.


Tras superar el gran escollo, y de camino a La Mesa, he tenido tiempo de meditar sobre lo acaecido esta noche, y tras discutirlo intensamente con Wilson, ambos hemos llegado a la misma conclusión: Nunca en mi vida volveré a cenar fabada antes de dormir.

A la entrada de La Mesa, justo cuando me encontraba evacuando bajo un árbol a la orilla del camino, escuché un chirriar de frenos y una voz que me saludaba. Tras terminar mi necesidad, me giré y encontré a un sonriente ciclista que me tendía la mano, a pesar de la situación en que me encontró, así que yo para no ser descortés se la acepté, y justo en ese momento llegó su compañero también ciclista.

Aprovechamos e hicimos un descanso en el camino, donde me contaron su curiosa historia. Eran dos amigos, uno de Barcelona y el otro de Chipiona (Vecinos vamos), y habían cargado las bicicletas en su coche y viajado a Asturias para hacer algo de Mountain Bike por estos paisajes. Pero al parecer, a su llegada a Oviedo alguien les habló del Camino de Santiago Primitivo y decidieron aventurarse en él, ya que no tenían rumbo fijo ni destino preestablecido. Así que adquirieron una guía de viaje y se pusieron en marcha, pero la dureza del camino les pasó factura a sus monturas, ya desde la primera etapa, rompiendo una de las bicis y obligándoles a repararla en Grado. Así que el resto del camino, en lugar de hacerlo por el duro sendero original, lo seguían por carretera y debido a la mala señalización de estas, aquello les provocaba innumerables pérdidas hasta el punto, según nos contaron, de hacer más del doble de kilómetros por etapa. Es decir, que llevaban el mismo ritmo que nosotros pero en bici… Jejeje.

La compañía era grata y me parecieron unos chicos muy majos, pero ellos iban en bici y podían ir más relajados, pero a nosotros aun nos quedaban muchas horas de paseo. Así que continuamos adelante, dejando atrás el poblado de La Mesa, como no, por un tremendo repecho hasta coronar la cima plagada de estáticos molinos eólicos. ¡¡¡¡No se movía ni uno!!!! Era otro caluroso día, sin una pizca de brisa, con más de 30 grados a la sombra, y con un sol abrasador que convertía la crema solar de factor 100 en algo menos que una lupa sobre tu piel.


Ya se podía divisar Grandas de Salime a lo lejos y el tremendo embalse a sus pies. Las vistas eran preciosas, pero como ya nos avisaron los ciclistas que ponía en su guía, comenzaba una durísima bajada continua de 7 kilómetros con pendientes del 20% y por un terreno igualmente duro y pedregoso. Si la subida al Palo había sido dura, lo mismo se puede decir de ésta bajada, pero con la diferencia de que el cansancio ya empezaba a hacer mella y el calor de las 3 de la tarde era sofocante, y para rematar sin comer, ya que mi plan era llegar al hotel restaurante del embalse y comer allí, aunque se hicieran las 5 de la tarde. Esas ansias hicieron que precipitara la bajada hasta que mi rodilla derecha dijo basta. Un cartel indicativo avisaba que el servicio de barca para cruzar el embalse y atajar el resto de bajada, y el rodeo que quedaba, no estaba ya operativo, ahora sí comenzaba mi calvario.


Con la rodilla maltrecha y apoyando todo mi peso en Wilson conseguí alcanzar renqueante la presa, e introducirnos en un hueco de la roca para asomarnos a un espectacular mirador donde poder disfrutar de las vistas… Una pareja de guiris en pleno desenfreno de lujuria que habían encontrado en el mirador el rinconcito perfecto para consumar su acto sexual.

Con lo surrealista de la situación tan sólo faltaba que fueran Nacho Vidal y Silvia Saint y que además nos invitaran a la fiesta, pero no amigos, aquello no era una porno, era el puto Camino de Santiago, y en este puto Camino de Santiago que estoy haciendo, puedes pasarte 20 kilómetros sin cruzarte con un alma y de repente encontrarte a dos cachalotes guiris haciendo temblar el mirador y parte de la montaña con sus arreos.

- Wilson, ¿De dónde ha salido esa pareja?
- Ni idea, estoy tan desconcertado como tú, no he visto ni coche ni moto ni casa de la que puedan haber salido.
- Pues por la pinta, perfectamente pueden haber salido de un capítulo de Benny Hill, y si es así… ¿Por qué no escucho ninguna musiquita? Porque la cámara rápida sí que ha funcionado cuando nos han visto y han salido pitando…
- Tío, necesitas descansar…


Así que continuamos adelante y Wilson me arrastró literalmente por la cuesta arriba, hasta el hotel restaurante que se encontraba a la salida del embalse hacia Grandas de Salime. Cuando lo vi aparecer tras una curva, los ojos se me llenaron de lágrimas, era mi salvación: Comida, bebida, descanso y un alma caritativa que me acercase en coche desde el restaurante hasta Grandas de Salime, ahorrándome el sufrimiento de los 8 kilómetros de subida por carretera que me quedaban.


Pero el camino no me lo iba a poner tan fácil, y es que cuando las cosas dicen de torcerse… Cuando llegamos a la entrada del establecimiento nos recibieron unas puertas cerradas a cal y canto, sin ningún tipo de cartel informativo, y por mucho que me empeñaba en fundir el timbre allí no abría nadie la puerta. En ese momento, mi desesperación me llevó a cometer la última estupidez del viaje: eran las 5 y media, llevaba sin comer desde la hora del desayuno y para calmar los rugidos de mi estómago, me zampé casi media bolsa de cacahuetes que llevaba en la mochila… Cacahuetes salados.Por lo que tras el tentempié disfrutando de las maravillosas vistas desde el mirador del hotel, y tras agotar la última gota de mi agua, reemprendimos la marcha por la carretera.


Al poco de comenzar, una espectacular águila posada a menos de 20 metros de nosotros, en un murete de la carretera, emprendió el vuelo. Juro que la escuché chillar: “¡¡¡Pringaos!!!”, mientras se alzaba hacia el cielo sin apenas esfuerzo aparente. Durante 6 interminables kilómetros más, chupamos asfalto hasta llegar a un sendero marcado como el camino de Santiago, que se alzaba casi en vertical por la ladera de la montaña y se internaba en un frondoso bosque. La razón me dijo que siguiera por la carretera, mi espíritu peregrino que recorriera la senda. Y como yo estaba inspirado ese día… me interné por la senda.


En los primeros 300 metros me di cuenta de mi error, la senda era durísima y tenía pinta de no ser muy utilizada, ya que se encontraba en un estado lamentable, teniendo que sortear árboles caídos, zarzas, desprendimientos,… Y sin sentirme las piernas, temblando, no recuerdo cuantas veces hice un alto en el camino para apoyarme en algún tocón y sofocar el vómito que me estaba provocando una creciente angustia desde hacía ya casi una hora. Nunca en toda mi vida he puesto mi cuerpo tan al límite, nunca he sentido aquella sensación de perder el control de mi cuerpo, de caerme al suelo sin tropezar, sin saber siquiera por qué me he caído ni cuanto tiempo he estado parado ahí. La vista se me nublaba y sobre mi cabeza tan sólo rondaba la idea de cuando encontrarían mi cuerpo en aquel lugar, bueno, y tal vez también el águila frotándose las garras, pensando en rebañar la poca carne que me quedaba entre la piel y mis huesos. De verdad pensaba que había llegado mi hora. Aquello estaba siendo peor que unas setas hawaianas en un albergue de Amsterdam y bajo una lluvia torrencial.


Yo ya hablaba con Wilson, con Dios, con los extraterrestres, con Paulo Coelho, y un montón de amigos más que se me iban uniendo por el camino. Y en esas estábamos todos juntos cuando vislumbré un claro y al final una casa grande de campo con una señora que se encontraba barriendo el porche de la misma, conforme me fui acercando comprendí que no era un claro, si no que ya estaba llegando a Grandas de Salime y aquella era la primera casa a la entrada del pueblo.


A partir de ahí todo me resulta un poco confuso. Escuché unos gritos: ¡Araceli, Araceli! ¡Saca agua! ¡Que mira cómo vienen! Se nos mueren, se nos mueren… Luego también la voz de un hombre: ¡Pero de la fuente! Fresca, fresca.

Cuando volví a tomar conciencia de la situación me encontraba tirado en el suelo del porche de aquella casa que barría la mujer, apoyado contra un pilar, y había engullido 5 litros de aquella maravillosa agua de la fuente junto con una fuente entera de ciruelas. Las mejores ciruelas que he probado en mi vida, cada vez que mordía una y notaba caer fuera de mi boca su dulce jugo por la comisura de mis labios, no me molestaba ni en limpiarme, aquello era mejor que el “placer adulto” de chocolates Valor. Al poco ya podía articular alguna palabra, y entonces me enteré que aquel par de mujeres mayores y el señor que me miraban con unos ojos como platos, eran la de la familia propietaria del museo rural del pueblo, y llevaban auxiliando peregrinos de la misma forma todo el día. Al parecer, se han quejado ya muchas veces al ayuntamiento del mal estado de aquel sendero, pero el ayuntamiento (encargado de su mantenimiento) parece que tiene otras prioridades en sus presupuestos y además alega que tras habilitar una fuente a la orilla de la carretera (500 metros después de la bifurcación del sendero y sin señalizar) los peregrinos la conocen y ya nadie hace esos 2 kilómetros de sendero, sino que siguen por carretera para poder repostar en la fuente. Yo ya no tengo fuerzas ni para cabrearme, y después de salvarme la vida desinteresadamente estas personas, sólo podía sentir una inmensa gratitud. Desde aquí las propongo para alcaldesas de su pueblo, presidentas de Asturias, y ya que nos ponemos, de España también, y premios Nobel de la paz. No tiene precio lo que hicieron por mí y por todos los peregrinos incautos como yo que, siguiendo el verdadero espíritu del Camino Primitivo, eligen el sendero de la muerte al llano y monótono camino de la carretera. Se me saltan las lágrimas sólo de recordarlo, y por ello, aunque no pueda decírselo ni hacérselo saber: les estaré eternamente agradecido.

Ya son las 8 y media, han sido 45 kilómetros y más de 12 horas de camino, hoy ni paseo de cowboy en chancletas, ni fotos del pueblo. Directamente: cena y cama.

viernes, 13 de noviembre de 2009

CAMINO PRIMITIVO. DIA 5: TINEO - POLA DE ALLANDE

Finalmente he despertado, y además mucho mejor de lo que esperaba. Lleno de optimismo arranco el camino de hoy recorriendo por tercera vez los mismos 4 kilómetros que me separan de Tineo, aun se pueden observar rastros de la fiesta de anoche por San Roque: gente durmiendo bajo los árboles, en los coches y hasta en tiendas de campaña. Y los últimos gritos y cantos en alguna carpa que aun tiene la música puesta. La verdad es que por los restos hallados en mi camino deduzco que tuvo que ser una buena bacanal, si lo llego a saber me hubiese dado una vuelta, total 8 kilómetros más o menos a éstas alturas… Jejeje.











El día vuelve a ser tórrido y no son ni las 10 de la mañana, y para rematar… Todo cuesta arriba hasta el alto de Piedratecha. Pronto dejamos atrás el pintoresco centro urbano de Tineo y a la salida del pueblo nos encontramos con el refugio del Último de Filipinas, para mi decepción no lo encontramos allí, ya que leí algo sobre él antes de iniciar el camino, sé que es un antiguo minero que se autodenomina de esa manera a sí mismo, pero desconozco la razón… ¡Me hubiera gustado preguntárselo!


Tras descender el alto de Piedratecha, y guiándome por la distancia recorrida, mis nervios empiezan a aflorar, ya debemos de estar cerca del cruce que hay que tomar desviándote del camino, hasta el antiguo monasterio abandonado de Obona. No me gustaría haberme saltado el cruce, ya que es uno de los puntos que más me interesaba visitar en éste camino. Por fin, un par de kilómetros más tarde de lo previsto, encontramos el cruce y decido desviarme, a pesar del calor sofocante, ya que según la guía tan sólo son unos cientos de metros, pero que merecerán sobradamente la pena.




Cuando por fin diviso el monasterio a la salida del bosque, el corazón me da un vuelco y casi echo a correr. No es como me lo esperaba, porque lo creía en peor estado de conservación y más “virgen”, pero tampoco me defrauda.

Según la leyenda, el monasterio de Santa María la Real de Obona fue fundado en el 780 por el príncipe Adelgaster. Más de 1200 años de historia y el paso de miles de peregrinos antes que nosotros desde tiempos inmemoriables, han impregnado al lugar de un ambiente mágico, un aura especial, que sientes en cuanto comienzas a adentrarte y explorar el recinto. Para ello me enfundé en mi disfraz de Indiana Jones (Héroe, ídolo e imagen a seguir en mi niñez) y, tras intentar forzar la entrada de la iglesia sin éxito, decidí comenzar la exploración introduciéndome por el estrecho hueco que separa las paredes del cementerio de la iglesia. Pronto comprendí que no había sido buena idea traer la mochila conmigo durante la exploración ya que el hueco se va estrechando y no puedo pasar con ella a cuestas, además es un lastre innecesario, y mis piernas agradecerán el descanso. Así que continúo la exploración sin mi pesada carga, que abandono a su suerte.




En la parte posterior de la iglesia me encuentro con los antiguos muros exteriores del monasterio y me introduzco por un hueco en ellos para acceder al claustro. La maleza verde ha crecido mucho y en ese momento el lugar parece más mágico que nunca, me siento extrañamente protegido, el sol no es tan abrasador e incluso se diría que el ambiente es más fresco allí que en el exterior… Pronto la magia se torna en escalofrío al recorrer la pared del claustro. Allí encuentro un acceso a la segunda planta, por unas escaleras que se pierden en la oscuridad, totalmente bloqueado con unas rejas y del que surge una corriente de aire helado como si proviniera de un aire acondicionado, la misma corriente surge también de unos extraños orificios en la pared, que parece que albergaran fuentes antiguamente. Los orificios son demasiado pequeños para meter la cabeza, pero fácilmente se podría introducir un brazo, la idea de todos modos no me seduce mucho, así que opto por intentar asomarme y vislumbrar algo, pero mi mirada se pierde de nuevo en la más absoluta oscuridad y un chorro de aire helado me golpea en la cara hasta el punto de agitarme el pelo. La situación me dio tal mal rollo, que decidí que había llegado el momento de marcharme.


Al reemprender la marcha y consultar mi reloj, me sorprendió que lo que para mi había sido un paseo de 15 minutos por el interior de las ruinas, se había prolongado realmente durante una hora… Aun no sé en que momento perdí el conocimiento ni cuando lo volví a recobrar ahí dentro. Para rematar, los “cientos de metros” de la guía resultaron ser 900 de ida y 900 de vuelta, y los de vuelta con una cuesta arriba (como no) que iría suavizándose poco a poco hasta casi Villaluz.


En Villaluz, carretera y manta hasta prácticamente Borres, pisando en gran medida un asfalto que a esas horas abrasaba los pies. Y en Borres lo único que nos encontramos, literalmente, es un albergue (completo ya a esas horas por supuesto).

Así que lo que según la guía era una tranquila etapa de 15 kilómetros hasta Borres, finalmente se ha convertido, de momento, en 18,8 según mi GPS. Y digo de momento, porque a estas alturas y con el albergue lleno, la única opción posible es seguir adelante 12 kilómetros más hasta Pola de Allande, y renunciar de ese modo a uno de los tramos más bonitos de este camino, que es la Ruta de los Hospitales, que bordea Pola de Allande por la cresta de las montañas que rodean el pueblo, a casi 1300 metros de altura. Otra vez será…

Estos últimos 12 kilómetros resultan eternos y monótonos hasta superar el Alto de Porciles, donde la cuesta bajo te invita a estas alturas a dejarte caer rodando hasta Pola de Allande.

Por fin, una vez en Pola de Allande, directamente ni planteo seguir los 3 kilómetros cuesta arriba que quedan aun hasta el albergue (para que luego esté lleno), así que me dirijo directamente a La Nueva Allandesa, hotel fundado en 1953, donde a pesar de ser ya las 5 de la tarde, el propietario me ofrece una “merienda” de 7 escalopes y avisa de que es sólo para poder llegar a la cena, donde me deleitará con una típica cocina asturiana. Después, con mucha amabilidad avisa de que esa noche celebrarán una boda en el hotel y por ello me ha reservado una habitación alejada del bullicio en la que poder descansar. Hasta entonces ni me lo pienso: de cabeza a la cama.